Un elefante saca su trompa por una ventana y consuela a un niño enfermo. Una mujer da a luz y a los tres meses está haciendo de nuevo equilibrio desde la altura. Un domador de felinos lagrimea cuando el animal sale del anillo por última vez.

Estas historias solo pueden ser originadas por artistas de circo, y en particular del que se ha popularizado como “El más grande espectáculo de la Tierra”, el Ringling Bros. and Barnum & Bailey Circus, que cerrará definitivamente sus puertas este fin de semana.

Hay otros circos que seguirán funcionando en el mundo, pero el Ringling era algo especial. Por su tamaño, sus espectáculos, su historia, que se remonta a la época en que P.T. Barnum y su grupo recorrían el mundo en el 1800.

Uno de los dos circos Ringling hará su última presentación el domingo en Nueva York. El otro cerró sus puertas este mes en Providence, Rhode Island. La Associated Press pudo observar de cerca los últimos días.

Ringling es el último circo que hay que se traslada en tren y si bien vivir en un tren puede ser duro, ofrece comodidades que otros circos no tienen. Como el vagón de las comidas, una guardería y una escuela para los hijos de los artistas que le dan vida al circo.

Algunas observaciones de los artistas que se quedan sin trabajo, del último bautismo, de las payasadas y de otros momentos inolvidables.

El jefe de los payasos

Sandor Eke todavía se acuerda del elefante que lo consoló haciendo pasar su trompa por una ventana cuando él se reponía de una enfermedad.

Los padres de Eke, ambos húngaros, estaban actuando en un circo en Suecia y Eke era un bebé. Años después él también sería artista de circo y soñaba con sumarse al Ringling en Estados Unidos.

Lo consiguió a los 20 años, como acróbata. Cinco años después le dijeron que era muy divertido y que sería un buen payaso.

Hoy, con 41 años, es el jefe de los payasos. Padre de un muchacho de dos años.

“Un circo es una gran familia. Tienes tu propio zoológico. Puedes acariciar a un elefante, jugar con cachorros de tigres. Están los payasos. Todo el mundo te quiere”, relata Eke.

La esposa de Eke, una ex trapecista, ya consiguió una casa en Las Vegas, donde Eke espera conseguir un trabajo como bartender capaz de hacer malabarismos con las botellas.

Sabe que su vida va a cambiar.

“Mi vida es esto”, dice mirando hacia el circo. “Subirse al tren, una ciudad distinta cada semana. Pero me encanta”.

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